El hombre viene al mundo a
darse, a vaciarse de sí, a desintegrarse en el tiempo y la erosión, que en conjuro con el dolor y la sangre, lo hacen presa de una sed que late con la tierra. A devolverle vida a la vida, y muerte a la muerte. A sembrar tanta sangre a cuanta tierra ella le reclame. A vertir de sí mismo hasta la última gota -todo lo que lo contiene- para luego, ya agotado y vacío, estallar eternamente en el océano negro de lo que ya no le queda dentro. Y que es todo lo que sigue, de él, sin él.
El hombre es explotado por la naturaleza.
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