Le hablé a un ojo torturado alguna noche
-temblaba- y calabera del sueño, el ojo
todo rojo, crispado, aunque petrificadamente oxidado
atiné a perseguirle
-¡que descaro!- y preguntarle vorazmente...
(alguna vez, sobre los montes
con el iris dorado de sol
aquél ojo fue mi amigo
aunque doliera también)

"¿Que intenso persigues
qué olor, dolor-amor y sobre qué alas?
(quisiera intesificarlo, quisiera montarlas)..."

"Tu sueño, ojo mío
¿alfombra voladora sobre qué ciudad
al ras de qué vientre, que se besa
en ardor
y se escabulle?
Mírame. Mírame. Mírame. Debáteme. Consciénteme.
Hazme...."

Y entonces su trubulencia quieta exasperó un gesto:
- Imposible verificarse entre las migas mías, el horror y el arrastre.
A esta altura no sabíamos ya quien era quién, de quién las palabras.

Su cara fría me dolía hasta vomitar su escarapela
haciendo de mi corazón un estómago fatigado.
- Ojo - le dije - me persigues ciego.