si me cortara las venas
sangraría témpanos de hielo:

el éter del cráneo se bañaría de baba
tropezándose la fibra de un corazón tenaz
con el idiota que hierve en la propia piedra
del ser duro, del ser doliente
del sueño tupido de flores
las de su funeral.
Soplando el pelaje del lobo se entiende
que el miedo son sus ordinarias polillas
que son sus tumbas frágiles, soplables
su miseria rendida
ante la simple caricia de un viento dulce.

Pero entender que el lobo es el hombre
es la irresistible paradoja del miedo:
miel negra para entender como para padecer
al lobo, al hombre, al viento, a la tumba...

a los ásperos ojos negados de una primavera
que se deja ser presa de su flores negras
y de los espejos rotos del invierno.

Una máscara para dos caras

Me encuentro despidiéndote,
- la música de la tromenta,
ese trueno negro endulzado de viento,
se oye en el cielo turbulento -

ademanes de mis manos bordean el adiós,
están podridas pero lloran tiernas,
tal vez acarician tu pelo,
se lo llevan al vuelo hacia algún lugar más seguro.

los jinetes sobrevuelan nuestras cabezas,
al acecho - tienen el rostro negado -
quizás nos hablen de mañana,
quizás vengan a coronar esta angustia.

la máscara de la muerte son estas palabras,
y mientras te amacás en el fondo negro,
ellas te reclaman, ellas te pertenecen.
la resentida brisa
se comió al invierno
- vino desde muy lejos,
desde allí donde la ciudad tiene veredas verdes
para las almas azules -
trajo esa sentencia de bronce
y la amnesia danza y sus polleras se vuelan
y das el paso - veredas verdes -
me soplas la nuca del tiempo.

Me sostengo del invierno que es quizás
- pero veredas verdes para las almas azules -
lo único que nos queda.