es que sos mi abuela
las piernas de mi madre
la dulce voz de mis maestras de jardín
los pechos que miraba desde mi cuna
la sonrisa de todas mis amigas
todas las polleras que miré
el resplandor de la belleza más espúrea que camina por las calles
con sus perlas rimbombantes/ como versos de rimbaud/
las mujeres de los primeros versos de rimbaud/ los besos azules
las mejillas rosas/ las mejillas de las rosas sonrojadas por el sol/
el perfume de toda mi felicidad pasada que te extraña/

y tal vez la tristeza/
una tormenta en la cabeza lascerada de angustia/
coronada con un llanto negro una grieta en la tierra seca
donde me arrastro para pedirte que vuelvas/ y vuelvas
y vuelvas/y seas/
seas en mi pecho/siempre en mi pecho/
...Caminaba un tanto distraído rumbo a casa cruzando por una de las veredas internas del Parque Lezama, cuando de repente tropecé con una piedra y caí y rodé cuesta abajo sin freno hasta quedar tumbado de cara a la Avenida Martín García con la calle Brasil a mis espaldas, abollado como una lata psioteada y allí morí por unas cuantas horas, hasta que los vagos me revivieron a patadas mientras trataban de embocarme entre dos árboles y gritaban de júbilo y felicidad. Mi sangre está toda allí entera desparramada y todavía tibia. No te recomendaría que pases nunca más por ahí.
Despacio también podés ser la luna.
Sos mi amor de Buenos Aires. Sos mi amor de dos mil cinco, dos mil seis, dos mil siete, dos mil ocho, dos mil nueve; sos mi amor de todos estos años. Sos mi amor a la manera de estas calles, te abrís paso entre la gente de la forma en que aquellas sombras revolotean, te sacudís como el viento sacude aquellos árboles. Sos un poco lo que imaginabas y otro tanto serás de acuerdo a lo que sueñes, hoy, acá, entre mis brazos. Y eso es todo. Y no te alcanza.
Ahora que empiezo a hablarte y te beso la boca con la mía roja y húmeda, apuntalándote versos de mis labios en cada cisura de los tuyos que abiertos me esperan me oyen, empiezo a desdibujarme y perderme como el humo en una última pitada de tus besos que ahora manchan mi cuerpo y me dejan desnudo para lo que queda de sendero, siempre besado y tocado y hablado por ellos, donde otros labios me hablarán, otra vez, en su extraña lengua que oye y que besa.

Lluvia.

hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

Juan Gelman
Confinado a perderte otra vez
abandonándome la fuerza
voy a sentarme a sangrar
toda la tarde.

a leer la espera con sus muchas páginas
que escriben los pasos que nos separan
deshaciéndote poco a poco
dibujándote por última vez bajo la lluvia nueva.

1977

Los llantos desesperados de su madre
los otoños en Castelar
los vecinos sin rostro
escondidos en sus patios
tapándose la boca para hablar
secretos que retumban (todavía retumban)
en las espesas paredes del mundo,

el puente Pueyrredón y la policía
las piedritas entre los rieles del tren
que ahora volaban como misiles
por esas nostágicas tardes
que ya no eran nostálgicas cuando
ya se había hecho verdaderamente tarde para extrañar,

se inscribían en el rostro del tío Manuel hacían de sus años
una enredadera de pasos perdidos
mientras huía campo arriba
y era el futuro un pastel de colores mezclados y oscurecidos.

estación Los Polvorines
las ancianas manos blancas de Borges en los márgenes
de las hojas de los libros más tristes que lo acompañarían
junto a los diarios llenos de crónicas sobre la sangre de Marianito
y de Juan y de su madre tal vez

y de la sangre que arrastraba el viento
ese viento
el único que acariciaba su cara se compadecida de él
resoplando en la ventanilla del tren en marcha hacia... ¿quién sabe?
("¿Alguien lo sabe?" preguntamos
algunos ingenuos todavía)
tal vez un tiempo que pasará en algún lugar
sentado a la puerta del domingo eterno
con sus ojos fijos en la nada o en la fantasía de volver

mientras los vecinos se esconden de las balas
y ahí lo ven a él
desde los cerrojos de las puertas
en esta tarde (todavía argentina todavía 1977)
escapando hecho domingo en el suburbio hecho paloma.
... Al fin se acercó a ella. Los ojos le brillaban. Apoyó las manos en los hombros y miró el rostro bañado en lágrimas. Lo miró con ojos secos, de piedra, ardientes, mientras sus labios temblaban convulsivamente... De pronto se arrodilló, bajó la cabeza hasta el suelo y le besó los pies. Sonia retrocedió, espantada, como si estuviera ante un loco. Y es que Raskolnikov en ese momento parecía un loco.
-¿Qué hace?-balbuceó.
Se había puesto pálida y sentía los latidos de su porpio corazón.
Él se puso en pie.
-No me arrodillo solamente ante ti, sino ante todo el dolor humano -dijo en un tono extraño, y fue hacia la ventana. Pronto volvió a su lado y dijo:
-Hace poco le dije a un insolente que él valía menos que tu dedo meñique, y que te había invitado a sentarte junto a mi madre y mi hermana.
-¿Eso dijo? -exclamó Sonia, aterrada-. ¿Delante de ellas? ¡Sentarme yo a su lado! Pero si yo soy... una mujer deshonesta. ¿Cómo dijo eso?
-Cuando dije eso no pensaba en tu deshonra ni en tus faltas, sino en tu sufrimiento. Sin duda -continuó con pasión -eres una gran pecadora, sobre todo por haberte sacrificado inútilmente. Ciertamente, eres muy desgraciada. ¡Vivir en el fango y saber (porque tu lo sabes bien: basta mirarte para darse cuenta) que no te sirve para nada, que no podrás salvar a nadie con tu sacrificio...! Y ahora dime -añadió -: ¿Cómo es posible que tanta ignominia, tanto pecado, se mexclen en ti con sentimientos tan opuestos, tan altos y sagrados? Sería mejor arrojarse al agua de cabeza y terminar con todo de una vez.

F. D.