1977

Los llantos desesperados de su madre
los otoños en Castelar
los vecinos sin rostro
escondidos en sus patios
tapándose la boca para hablar
secretos que retumban (todavía retumban)
en las espesas paredes del mundo,

el puente Pueyrredón y la policía
las piedritas entre los rieles del tren
que ahora volaban como misiles
por esas nostágicas tardes
que ya no eran nostálgicas cuando
ya se había hecho verdaderamente tarde para extrañar,

se inscribían en el rostro del tío Manuel hacían de sus años
una enredadera de pasos perdidos
mientras huía campo arriba
y era el futuro un pastel de colores mezclados y oscurecidos.

estación Los Polvorines
las ancianas manos blancas de Borges en los márgenes
de las hojas de los libros más tristes que lo acompañarían
junto a los diarios llenos de crónicas sobre la sangre de Marianito
y de Juan y de su madre tal vez

y de la sangre que arrastraba el viento
ese viento
el único que acariciaba su cara se compadecida de él
resoplando en la ventanilla del tren en marcha hacia... ¿quién sabe?
("¿Alguien lo sabe?" preguntamos
algunos ingenuos todavía)
tal vez un tiempo que pasará en algún lugar
sentado a la puerta del domingo eterno
con sus ojos fijos en la nada o en la fantasía de volver

mientras los vecinos se esconden de las balas
y ahí lo ven a él
desde los cerrojos de las puertas
en esta tarde (todavía argentina todavía 1977)
escapando hecho domingo en el suburbio hecho paloma.

No hay comentarios: