¿Dónde voy a llorar a la luna esta noche
cuando el hambre caiga preso de la peste
que enmudece las piernas
de los dioses que
te caminaban las flores antes de nacerte
eran semilla de tus labias y tus brillos
que eran la luna siempre
noches que van a sangrarte y a saberte
luna de otra noche?
será que te perdí
y entonces
ya no guardo secretos con el mundo
brotan helados abriles a mi paso
pasan nubes, llego tarde, vivo lejos
se apagan los perfumes y se cierran
jardines
atrás
quedan
los perfumes secretos de jardines secretos
que ahora son
máscara
se hace entraña la abstinencia de la verdad
y atrás
quedan
perfumes
jardines
esperanzas.

Habeas

Tan sólo tengo misas después de siempre
palabras que enaltece solemne el desamor
que maldigo
incrédulo de la venganza
pero que amo a pesar de mí
para tu vientre algún día
para tus ojos, para mañana
saberme congregado a tus amparos de luna y de cristal.
Pero tenías tanto amor bajo el rostro
en tu pelo
suspendido
el amor te bajaba por los pechos
acariciándote el viento
sin castigar
mimando de a sorbos tu regalo
perfumando
y la pregunta
que doblaba tu espalda
y que bajaba como príncipe a caballo
alzando su oro por tus piernas
era
donde estás
es cierto que
fugaste los perfumes por debajo
las claras y las hermosuras
que me amanecían las palabras
para entrar en tu noche
doblegando tu piel y triunfando
abirendo el mundo
ese
que ya no entiendo
que se escapa
que enmudece.
Tengo la voz que sabe a lluvia
esta tarde
amarga
de sol
descompuesto
mientras me llorás en el paladar
y me caen tus lágrimas como rayos
como ecos
en la garganta
empañando al amor a lo lejos
que te absorbe
que me moja
que nos indaga
por la noche
por palabras.
Me acuesto en el pasto y alzo los ojos en la noche:
cuento una, dos, diez, cien estrellas;
un príncipe de cuento me eriza el oído:
"veo estrellas de mar negras y grandes,
tienen los ojos enormes"

Miro otra vez el cielo, entrellado:
¿huella negra que serpentea, bifurca y desintegra
entre el sueño latente de maravillas encendidas
traicionadas
o pequeños lunares de esperanza
nadando en el pozo eterno?

El ahullido de una cien corre en espanto por el pasto verde de la noche.
leíste sobre el horror en la arena,
vaya si el mar lloró junto a tus pies
revolcándose
avergonzado por el cielo en su negro mareo
mientras hundías tus ojos dulces en mi carta amarga
de boca amarga
que salpicó de invierno el verano y ay,
que sopló tan fuerte como el último aliento de un beso
y que brotó, helada, de mi verano aturdido también.
Diste el certero ultimátum, irreverente
bajo la lupa del aguacero, el pulso no te temblaba,
tenías fuego en las cejas y fruncida la mirada.

Una imputación personal que esconde la ternura,
no esconde nada, lloré, y entonces
no hubo forma de salvarme de las cartas que tallaste
sobre el rumbo de mi pulso y allá voy, envenenado
detrás de un trueno con la sed de que estalle el coágulo
antes de esta noche oírte hablar.

Decíamos resistir y llorábamos fuego

Digamos que encontré la forma de encarcelar al miedo,
- ¡digamos, y hagamos fuego!-
desgarremos el cielo,
antes que se desplome sobre nuestras flores.

Porque digamoslo gritando, tuvimos que pagar un precio:
tuve que aprender a morirme silenciosamente,
a morir sin que nadie lo note,
y tuviste que agazaparte detrás de mí, y tal vez te arrepentiste
y el miedo se fue y se llevó lo que decíamos más fuerte.