Campo, campo, campo;
hectáreas y hectáreas de trigo y verde
se extienden en la llanura
limitan con el horizonte allá
la inmensidad de la calma bajo el pleno sol.

el paisaje más terrible del sueño
¿como puede el lobo
esconderse allí?

Ceniza, ceniza, ceniza;
mi lengua mi idioma mi cuerpo
cenizas
de ese campo, campo, campo
arrasado por el olvido.

muerdo campos de cenizas que me muerden
muerdo mi alma rabiosa y muda.
Yo no soy de los que se mueren cuando escriben, sino de los que se suicidan al leerse. No por el horror ni la sorpresa; más bien por todo lo contrario.

Esta tarde:

Una triste nube deambulante
buscando dónde llover
antes de secarse.
¿Cómo confesarte
que perdí la magia
que soy todo ausencia?
Entré al harapiento bar de la estación
atestado de poetas deprimidos
y bebí largas copas en la noche junto a ellos

-compartíamos la misma jerga/
del renunciamiento

y ese terror por la nimiedad de la tristeza
ante los primeros rayos/
relámpagos/
del obstinado sol de la mañana/la amenaza
de la desnudez del día/

-que no deja lugar donde esconderse/
en pecho de asceta/de espíritu
en pecho de montaña/tanto viento
vuela rasante/entre sueños que son
montañas

que son valles/que son viento/
años que vienen/arrasan/pecho de niño
que anida hombre de montaña/espíritu
de ensueño

en pecho de asceta/¿pájaro
blanco o pájaro negro?/anida por romper
el pecho/romper el sueño primitivo/muy lejos
está el sueño nuevo/

volando
por montañas
a su encuentro/hombre
y ave/espíritu que vuela.
La imagen era la de ella maquillándose, su cara frente al espejo devolviéndole una media sonrisa, un furor en el estómago, un temblor en las piernas, un brillo en los ojos y una palpitación un tanto incierta, movimientos algo torpes, gestos fugaces, inercia, astucia, dicha y temor: el dolor que era ese asqueroso nudo en el medio del pecho se iba desatando y recobrando sus pechos un nuevo brillo en elescote. Una amiga a su lado, al tiempo que le corrige el rímel y saca la lengua en un ademán al tono con la expectativa, comienza a mostrar en sus ojos, y perfilada en su frente, la marca de la envidia ante la catarata de sueños que ella destila: esta noche es de ella y las estrellas parecen confabuladas.
-¿Sabés quien viene a la fiesta hoy, no? -pregunta.
-No- se ríe ella y hace un gesto con la boca.
Su cuerpo ya era un ramo de flores - ese vestido, todavía puedo recordarlo- ajustándose cintitas y cartitas y dedicatorias, y perfumándose para ser entre las sábanas la flor más dulce para el que yo no puedo ver, de rostro borrado, hombre de las tinieblas que ya la espera, que intuye que algo ella esconde, un pasado de horror, una lágrima negra en su destino, que todavía tiene la forma en ella de la aspereza, pero que lo excita aún más, lo intriga, quiere robarse ese dolor y casarse con ella. Dolor que llevaba mi nombre y junto con el cual me diluyo, como un fantasma que se deja atrás.
- Es tentadora la promesa del final -
no por ser el fin del dolor
sino de la verdad.

Romance.

mi amor es que te vuelvas loca
que te desates el pelo los látigos
las ironías las polleras los bares
las calesitas tus furias, ¡ay, tus piernas, que bailen!
con mi boca de mi boca en tus labios
deshacerte y que te vayas volando
con el viento en los molinos del sol, etc.

mi amor es que seas siempre
en otra parte
que vuelvas a esos jardines oscuros
adonde perteneces
y que me dejes cada noche cuando partes
de frente al mar
tan extrañado
con tus puñales
hechos sangre.

...y la amada oscura que tienta
con sus velos y sus traiciones

-¡Puro hechizo es el amor
que siempre late
en los cuerpos
y en todas partes!

-¡Puro milagro es el amor
que es río y siempre corre
preso de una devoción
hacia ninguna parte!

...y la amada oscura que tienta
con sus velos y sus traiciones

- ¿que sería de mi corazón
sin tus delicadas bravuras de heroína
perfumada de cólera?

-¡Ay, que has hecho de mí
un niño que imagina peligrosamente
mundos que ya no existen
mas que en tus quiméricas noches!

...y la amada oscura que tienta
con sus velos y sus traiciones.
No las palabras no hacen el amor/
hacen la ausencia.

Alejandra P.
El hombre viene al mundo a darse, a vaciarse de sí, a desintegrarse en el tiempo y la erosión, que en conjuro con el dolor y la sangre, lo hacen presa de una sed que late con la tierra. A devolverle vida a la vida, y muerte a la muerte. A sembrar tanta sangre a cuanta tierra ella le reclame. A vertir de sí mismo hasta la última gota -todo lo que lo contiene- para luego, ya agotado y vacío, estallar eternamente en el océano negro de lo que ya no le queda dentro. Y que es todo lo que sigue, de él, sin él. El hombre es explotado por la naturaleza.
En esta tierra seca en que los hombres
llaman mundo nombran con certezas
desiertos y desiertos
toda nube de furia toda posible gota de lluvia
designios divinos de la imaginación
son todas éstas nuestras dudas
nuestras supersticiones
nuestras inocentes indiscreciones de amor.
raramente en vos se pone el sol alguna vez
pero aún cuando eso sucede
regala el ocaso a tu vientre todos sus colores
centellean en tu pelo las primeras estrellas
y tu espalda, ya de noche
es la más dulce fruta negra.
I.
Casualmente conocí a esta muchcha una tarde de septiembre, un mes que caminé, dormí y ví llover y tomar sol, pero que perdí tristemente, como se pierden las horas de una tarde en un manicomio con las manos atadas o en una sala de espera de un hospital público con el cuerpo atado a una silla. Apenas si levanté la cabeza cuando ella me silbó; tenía puesta una máscara de poeta y no vaciló en llamar escandolosamente en medio del barullo de un día laboral a esa especie de piedra rodante que era mi humanidad cansada, anciana, sabatiana y horrenda arrastrándose con pena. Entonces la miré y accedí a un café y a su departamento de Belgrano y luego a la cama y un mes más tarde es que me despierto en medio de la noche, luego de una pesadilla lúgubre, en la que ella cabalga un caballo marrón con harapos de esclava y los pechos al aire, sosteniendo de los pelos mi cabeza cortada, levantada por su puño al aire como símbolo del triunfo de quien ha conocido la esclavitud, el sometimiento y la explotación y huye con la mueca de la desesperación, el apremio, y la felicidad sospechosa y el estigma de quien gana una guerra.
Entonces agarro mis ropas rápidamente, ella duerme y no me escucha salir, le dejo un café y una nota explicando mi sueño. El que escapa soy yo, nunca dejo que me ganen de mano: mi cabeza va a seguir a salvo siempre que esté en su lugar. Es el tesoro que algún monstruo mas allá de lo negro va a venir a relcamar algún siglo próximo ofreciendo una gran recompensa demoníaca que no quisiera perderme.
Septiembre había sido un infierno, si es que no lo fueron ya Agosto y mas atrás también, Julio y sus meses aliados que forman una escalera perniciosa hacia él. Pero Septiembre arrastra demasiadas esperanzas e inaceptables sorpresas para quien no las tolera y se ha hecho amigo del invierno. Me dije:"ve, perrito, el mundo te regala un hueso que se llama septiembre, córre tras él, cójelo y mueve la cola contento". Fueron treinta huesos en treinta días y fui viendo como uno a uno fueron devorándolos las praderas inaccesibles para un alma de perro en que se perdían, devoradas por altos pastizales y demás obstáculos. Hasta que se apareció Fridah, aquella novia, que tenía entre las sejas un tercer ojo y me llevó a la cama, donde pude entonces comportarme como un perro y satisfacerme como un perro y huír satisfecho como el mejor de ellos, toda vez que me instinto se consideró un animal saciado y por ende despiadado y orgulloso.
El problema es que ella va a venir a buscarme. Ella sabe bien, que yo se mejor, que le debo algo. Y que soy obstinado, silenciosamente, un obsesivo de las pérdidas, nada debe esfumarse, niego en mi alma el humo, su rostro voy a soñarlo, sus gemidos me seguirán haciendo gemir: todo lo que cruza mi alma, se transforma, en algún lugar del espacio, en un eco interminable que nunca muere. Se transforma en una dimensión. Y no hay nada, ninguna criatura silvestre, que no desee morir algún día, descansar serenamente de varios tormentos parecidos a éste. Y ese día, el día que ella sueñe mi sueño y despierte, vendrá tras de mí cabalgando desbocada, buscando en el fondo de mi pecho el mapa de esa galaxia recóndita y opaca donde las voces siguen resonando interminablemente, como un hilo que vaga perdido, extendiéndose más y más en el vacío, adonde arrastro a las almas accidentadas. Allí, en ese lugar, hago yo un trabajo de castor y de pájaro, un nicho resguardado de la soledad de la muerte, del asesinato malditamente embrujado que comete el olvido. Y que la única forma de matarlo, la única forma de cortar ese hilo es cortar mi cabeza y huir rápidamente, y recordar luego, cual un animal sano y sabio, como lo es ella, vagamente todo este delirio absurdo como el simple trastabillar de los pies con una piedra, naturalmente.

II.
Puedan creeme o no capaz, les confieso tengo una vecina tristemente atormentada de la cual me aprovecho. Hago y deshago con su vientre todos los delirios asesinos que con mis manos llevo a cabo de mis desesperos. Como si fuesen costuras, hago y deshago sus tejidos sin piedad, y ella sufre, pero goza, goza que no podría decirles cómo, ser destruída y reconstruída, descuartizada y luego vuelta a componer: ser, al fin de cuentas, rozada al menos por la peste de otro muerto de la naturaleza que jamás habrá soñado que existía, ella, que tan muerta y desconsoladamente austera y neutra, y sin siquiera viento que la ayude a tocar las cosas aunque sea ligeramente y de lejos, se somete sin miramientos a las pavorosas torturas mías. Así es desde hace un tiempo: me espera ella noche por medio para ser abruptamente aprehendida.
Pero una noche se rebeló. En medio de uno de mis rutinarios y sanguinarios banquetes de sangre y pechos en el que me revolvía tan placenteramente, gritó, súbitamente, que parara, que la dejara morir en paz, que ya no quería, luego, ser revivida, que quería morir así, abierta y descocida, absorver todo lo que podía llegar a oxidarla y contaminarla, entrando a su cuerpo desprotegido y terminando con su existencia lentamente. A lo cual accedí, con zizaña, creyendo que se arrepentiría y me suplicaría luego que continuara con mi procedimiento hasta el final. El sólo hecho de que me rogara que le salve la vida a punto de desvanecerse me llenaba de ira, lo que alimentaba mi placer. De modo que, no sin disfrute, me hice a un lado y me recosté a descansar, mientras observava como se desangraba lentamente, mientras emitía pequeños, casi inaudibles, gemidos de dolor y de muerte al tiempo que los aires la penetraban y lasceraban. Al cabo de un rato, éstos se volvieron cada vez más inaudibles y por fin, por unos segundos, pareció asfixiarse y dejar de respirar. Ante esto me exalté, me sambullí sobre ella y confirmé que agonizaba seriamente y en paz, y que jamás iría a suplicar por mi ayuda: había preferido el deshacerse y no oponer resistencia a la muerte antes que pronunicar mi nombre, aunque sea una vez, para salvarse. Lo cual me hizo reflexionar seriamente: ¿Quién era el esclavo de quién? ¿Acaso podía vivir yo sin someter a alguien a mis exéntricos caprichos?. No pude soportar la idea de que faltara a la autoridad carnal que ejercía sobre ella y decidí entonces no respetarla e interrumpir su muerte que me había pedido con tanta piedad. Le hice respiración boca a boca y la reinserté gota a gota toda su sangre vertida, interrumpiendo desagradable y abruptamente todo el festín. Al despertar, por supuesto, ella no recordaba nada, y me contó cándidamente que había soñado como nunca antes con espadas, dragones, abismos, y escenas del fin del mundo en las que ella se salvaba milagrosamente. Yo estaba lleno de frustración por la orgía interrumpida, pero profundamente aliviado de no haber perdido para mí lo único que poseo en la vida.

III.
Claudia vivía en pleno caballito, a unas pocas cuadras de Primera Junta, y Cluadia sonreía como los jardines en primavera: tenía en su boca, al sonreír, pleno sol de enero, sí, pero resguardaba a su alrededor, quizás en su piel de tez no tan clara o en alguno de sus lunares adyacentes, o, más aún, en la húmeda expresión de sus ojos que se relfejaba inevitablemente en todo su bello rostro, un dejo de noche, una leve espuma del invierno que se negaba a desaparecer y que, al igual que septiembre y la primavera, que si bien son el designio del verano, acarreaba consigo, todavía, desperezándose, largas tristezas y profundas meditaciones. De modo que en su sonrisa veía yo todo lo que empieza a nacer, lo que va camino al sol, cada vez que se abría su boca para besar, reír, hablar, comer, sentía adentro mío crepitar la inercia de lo que renace, arrancándome de mis paisajes de muerte. Me enamoré perdidamente de ella y por ella entendí lo que era enamorarse. Pero Claudia desapareció de mi vida, como un soplo; por razones que no vienen al caso, más precisamente, desaparecí yo de la suya, en la que nunca fui, por otra parte, nada trascendente, mas que en mis ardientes fantasías. Omitiendo que, tal vez, fui yo quien la hice desaparecer de mí. Algún día ella va a saber que la amo.
¿Que sombra extraña
te ocultó de mi guiño
que nunca oíste
la hojarasca crepitar?

pues yo te escribiré
yo te haré llorar
mi boca besará
toda la ternura de tu acuario.

Spinetta.
creo haber despertado una tarde
muy lejos -tan lejos-
que ya no recuerdo dónde queda
yo antes

y oigo pasos
como al fondo del pasillo.
Por ese túnel
Corazón perdió toda gravedad
de boca al vacío
habló hueco de algo que no tiene centro
-se volcaban dobladas las guitarras del cielo
se oían cuerdas desgarradas- alguien se mordía con rabia
alguien se buscaba las venas.

¿podrá mi pecho sostener tanto muerto/
sostenerme?

Sueñito de una noche de verano.

las viñas sangraron/parieron
un río/otra guerra/embrujos tuyos/
una pequeña risa/futura
rosa en tu mejilla/la música

gira/la oímos ya de muy lejos/casi
donde las viñas/donde la fiesta/todavía/
es de la montaña/es de los otros/la habitación

húmeda/sí nos responde/
un rincón/tu vestido de flores/yo no sabía
que era tu pelo/¡ay!/
nos volcamos sobre las manchas tibias/hasta

el próximo verano/trataré
de ser un gran jardín para tus pechos/tus alas/
tus indiscreciones

un dolor muy poco sabio/dolor
de triste omnibulado/esas veredas
del barrio/desandadas de ser siempre
ellas/una vida centenaria/¿vale
más de lo que cuesta?/¿se secan
las ropas de una vida
tendida en preguntas que se callan?/¿hablarán
conmigo todas esas bocas/esas
veredas/de ese solo siempre

dolor esperando?/

un destello de luz con mi nombre
de tus labios
que se escapa inocente
como un niño que sale a la vereda
una tarde de mayo que ya lo espera
esa primer aventura
fuera de casa.

ese aliento fresco de mí
acudiéndote a besar
todos tus adentros
y saliendo de tu boca
a destruír el mundo.
el placer es tan oscuro como el culo
de un topo negro y
si no hay amor
que no haya nada entonces
alma mía
no vas a regatear

¡Placer que es cruel!... sin lágrimas
con tu dolor allí nomás, sin vida
con tu sangre en el suelo.

Monsieur Sandoz, Merci.
Caída libre de un cuadro, como un signo de interrogación, suspendido sobre el vacío, derretido, como entrando en un cuadro de Dahlí, que quiso ser gancho de pirata pero, como Borges, que quiso ser puñal, fue sólo un interrogante, pues no encontró qué apuñalar, no encontró carne que lascerar, tripas, sistemas, tejidos donde clavarse, ni sangre que se derramara sobre u metal como el champagne de la victoria, pues sólo halló vacío, nada que latiera más que la idea, que no late, no es fría ni caliente ni quema ni hiela sólo se escribe, recorre abismos cerebrales, sin ser en ninguna parte, negrura blanca, inusupurable inmutable, de mármol, tan ansiana, la idea, la eterna abstracción abominable, la demencia, que se vive despidiendo, como el viento, que no vive nunca, que es el austero, el necio del mundo, la cortesa, el caparazón del Dios corazón-tortuga. Ese cuadro cada noche, y cayendo.

como vernos tan vulgares/una casa muy grande/
vacía/
el arrullar del mar que se contrae/un cuadro
como los tuyos de antes/como pensar
tus olas/más hermosas
que todo pasado/como

pelearnos
por dejar de amar/antes
que dejarse matar/

como saber
que a esta soledad/le basta el mar
para sepultarse.

Ahora que se acerca el fin del mundo
ahora que casi podemos palparlo, que casi
nos soñamos fuera de esta negrura insomne
donde yacemos un rato, vagando tan perdidos;

ya que la hemos deseado tanto, que ya tanto
se ha posado en nuestro pecho sin espanto
y la olemos, se acerca, nos jadea como una sombra
tensa en la nuca, lábil en los ojos;

ya que se ha hecho lágrima y antes
presentimiento, y luego, verdad;
puñal oscuro en la vida, lo que no es el río
lo que es la forma en piel de lo deformado;

ya que la hemos besado;
¿qué haremos nosotros, los que ya no somos
vírgenes de la muerte, en esa sopa, en esa
otra negrura mas honda que le sigue al mundo
huérfana e insobornable, sin casa
ni memoria?

¿Existirá algún Dios que nos regale nostalgias?
tumbada cara a la arena/muy quieta/
esta soledad/fósil/
es otra pregunta más que reposa/en el suelo
como una roca.
lúgubre y tonto/padezco
tanto combate cuerpo a cuerpo/¿vas a
llegar?/¿sueño?/¿donde
quedaba ese lugar/lacrimal
de niño/de espaldas a la piedra?/

¿que hay de ese cuento del puente/
a viento/
que cruzaba el zahara?/¿andarán
algo tristes las epopeyas?/

seniles
años/ya sin aire
tan densos.