La imagen era la de ella maquillándose, su cara frente al espejo devolviéndole una media sonrisa, un furor en el estómago, un temblor en las piernas, un brillo en los ojos y una palpitación un tanto incierta, movimientos algo torpes, gestos fugaces, inercia, astucia, dicha y temor: el dolor que era ese asqueroso nudo en el medio del pecho se iba desatando y recobrando sus pechos un nuevo brillo en elescote. Una amiga a su lado, al tiempo que le corrige el rímel y saca la lengua en un ademán al tono con la expectativa, comienza a mostrar en sus ojos, y perfilada en su frente, la marca de la envidia ante la catarata de sueños que ella destila: esta noche es de ella y las estrellas parecen confabuladas.
-¿Sabés quien viene a la fiesta hoy, no? -pregunta.
-No- se ríe ella y hace un gesto con la boca.
Su cuerpo ya era un ramo de flores - ese vestido, todavía puedo recordarlo- ajustándose cintitas y cartitas y dedicatorias, y perfumándose para ser entre las sábanas la flor más dulce para el que yo no puedo ver, de rostro borrado, hombre de las tinieblas que ya la espera, que intuye que algo ella esconde, un pasado de horror, una lágrima negra en su destino, que todavía tiene la forma en ella de la aspereza, pero que lo excita aún más, lo intriga, quiere robarse ese dolor y casarse con ella. Dolor que llevaba mi nombre y junto con el cual me diluyo, como un fantasma que se deja atrás.

No hay comentarios: