hija de una mente, en verdad, remilgada
crecida entre pastizales de serpientes cazadas
a la vera de un pueblo donde no hubo baile
porque no hubo, jamás, noches de ansiedad

la lengua de nuestro amor lame las migas de pan
es esclava del dolor y en su sacrificio
su saliba empantanada hace estremecer

al viento, que se detiene ante los árboles
a la mañana, cuyo rocío el sol no seca
a la revolución, entristecida y pobre

y cuando está desencajada en su delirio
es que ha sido besada por la muerte o el silencio.

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