Soplando el pelaje del lobo se entiende
que el miedo son sus ordinarias polillas
que son sus tumbas frágiles, soplables
su miseria rendida
ante la simple caricia de un viento dulce.

Pero entender que el lobo es el hombre
es la irresistible paradoja del miedo:
miel negra para entender como para padecer
al lobo, al hombre, al viento, a la tumba...

a los ásperos ojos negados de una primavera
que se deja ser presa de su flores negras
y de los espejos rotos del invierno.