...Y entonces tenías los ojos llenos de piedras, rojos como si te sangraran dentro, y húmedos como a punto de llover. Eran tus ojos dos duras piedras incandescentes, arrasados por un presagio que ya no cabía en su diminuta órbita asediada por el dolor. Parecían un lago donde se reflejaba una luna putrefacta y amarilla, descompuesta por la fiebre. Eran dos trapos desgarrados, pero llenos de luna. Tenías, al fin, luna en tus ojos. Y entonces ví las primeras gotas blancas y gordas caer de tus ojos empedrados y rojos y llenos de pequeñas lunas resquebrajadas, como quien mira el espectáculo de la lluvia desde la candidez y la indiferencia de la ventana de su casa.
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